Era una urgencia


Siempre le gustó la velocidad por eso se hizo conductor de ambulancias. Aunque el primer día de trabajo se sintió decepcionado cuando lo destinaron al servicio de Consultas Externas. Los últimos diez años los había pasado yendo a buscar ancianos a las puertas de sus casas y trasladándolos al hospital para la cita programada.
No había estado tan mal, al fin y al cabo la mayoría de las veces volvía a casa con muchas sonrisas y cargado de agradecimientos. Llegó a cogerles cariño a casi todos ellos.
De vez en cuando, le cambiaban la ruta y, aunque nadie se lo decía, él sabía que la mujer de la calle Velázquez, número 3 o el anciano del paseo de la Esperanza, número 21 se habían reunido con los seres queridos que se fueron antes que ellos.
Nunca le llegó a inundar la tristeza por ello, Pasaba lo que tenía pasar. Era ley de vida.
Pero después de diez años, ¡por fin! había conseguido un cambio en su trabajo. 
URGENCIAS. Parecía mentira que una sola palabra lo animara tanto. Él estaba emocionado, Marian no tanto.
-Igual tenías que haber esperado.
-¿Esperado a qué?
-No sé. ¿Has pensado bien en las cosas que vas a encontrar a diario?
Él terminó de afeitarse mientras su mujer se cepillaba el cabello.
-No tienes que preocuparte, Yo solo soy el conductor, los médicos son otros.
La adrenalina le empezó a subir en cuanto se sentó en el asiento y sus manos aferraron el volante. Sirenas, frenazos, bocinas, avisos por el walkie. Velocidad.
Las siguientes siete horas estuvo en un atropello de un chico de veinte años, un infarto de uno de sesenta, una cadera rota de una mujer de setenta, la quemadura de un brazo de un hombre de su edad y la caída de un andamio de un obrero de la construcción. Según le dijeron después, dejaba mujer, tres hijos y unos padres ancianos al otro lado del mar.
Coincidió en la ducha con Damián, su anterior compañero.
-¿Cómo te ha ido el día?
-Agitado, mucho más que contigo.
Damián soltó una carcajada.
-Me lo imagino. ¿Y has aprendido algo nuevo?
Metió la cabeza debajo del agua.
-Ya lo creo, ya lo creo -murmuró para sí mismo.
Se bajó del taxi a todo correr. Por suerte, el portero del edificio donde estaba la oficina de Marian no estaba. Nadie lo paró. No tuvo paciencia para esperar el ascensor y subió las escaleras de dos en dos.
-Buenas tardes -saludó a la secretaria.
-Buenas. ¡Señor! ¿Adónde va? No se puede pasar.
-Marian Abad. ¿Cuál es su despacho?
-Ella está ahora en una reunión, no puede atenderla.
-Esa reunión, ¿dónde es?
-En la sala del fondo, pero... ¿quién es usted?
La mesa era enorme y estaba rodeada de gente. Una hombre hablaba y el resto lo miraba. Vio a Marian junto al tipo que llevaba la voz cantante. No se lo pensó un segundo y fue hacia ella.
El silencio le siguió los pasos, su mujer se puso en pie.
La cogió por la cintura y la besó en los labios. Con decisión, como cuando eran novios y el reloj marcaba el límite para estar juntos.
Cuando la soltó, el hombre junto a ella lo miró furioso.
Él simplemente señaló el letrero de su uniforme y dijo:
-Era una urgencia.