Declaración de intenciones 2014

Imagino lo que estáis pensando, otra pesada con el rollo ese de "dejar de comer", "dejar de fumar" y "ponerse a hacer deporte".

Pues NO.

Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que los "vicios" forman parte de la diversión y que la vida es suficientemente perra como para que una se la amargue por propia iniciativa.

Lo que he decidido es hacer lo que tengo que hacer. ¿No se supone que yo me dedico a esto? ¿Que a qué? Pues a esto, a escribir. 

A ESCRIBIR EN ESTE BLOG.

Algunos diréis, ¡pues ya era hora! o ¿para qué lo tienes?

Y yo os contesto: 

¡Tenéis toda la razón!

(No me veis, pero estoy con la mano derecha levantada. Sí, aprendí a usar el ratón con la izquierda en una ocasión en la que, a pesar de tener una tendinitis bestial en el hombro, la médico de cabecera se empeñó en que siguiera trabajando.) 

Desde aquí, y delante de todos vosotros, 

prometo escribir un pequeño relato, 
al menos cada quince días.

Así que sin más demora...

De arriba abajo



Aún no había empezado a trabajar y el cielo ya le indicaba que no sería su mejor día. Color gris, color de tormenta y de día aciago. Maldijo a la empresa y al responsable de reducir las prendas de abrigo en la ropa de trabajo. Se la había enganchado en el andamio el día anterior y tenía un buen boquete en uno de los hombros. Como lloviera, se mojaría. Sin duda.
Y su trabajo quedaría definitivamente arruinado. Imaginó al gerente del Hotel Ganivet quejándose a su jefe. ¿Qué culpa tenía él de que las últimas dos veces que lo habían mandado allí hubiera llovido?
Ninguna.
«Hora de empezar». Antes de que las nubes se ennegrecieran más aún.
Sacó una pierna por el cristal y luego la otra. Pulsó el botón del elevador y empezó a descender.
Primera parada, primera historia.
Creyó que la habitación estaba vacía hasta que se fijó en el espejo del baño. Detrás del vaho que lo cubría pudo descubrir una figura femenina envuelta en una toalla.
«Espectáculo garantizado.» Sabía lo que vendría después. No era la primera vez que le sucedía. La chica, confiada al estar sola en la habitación, se quitaría la tela que la cubría. Rezó para que esperara un poco más, hasta que el vapor del baño se secara y el espejo le mostrara cada una de las curvas que ocultaba la mujer.
Siempre estaba el peligro de que saliera del baño y lo descubriera, pero con pulsar el botón de descenso desaparecería ante sus ojos estupefactos.
Oyó el timbre amortiguado de un teléfono y una voz procedente de la habitación.
Especuló quién podría ser el hombre al que esperaba. «¿Su jefe? ¿El marido de su mejor amiga? ¿Su propio cuñado?» Que era su amante era seguro. Esa era la única justificación posible para que alguien se duchara a medio día.
La espera se le hizo eterna. Ella continuaba hablando y, lo que era peor, seguía sin salir del baño.
Llegó a la esquina inferior del cristal y se le terminó la justificación para quedarse. A regañadientes, pulsó el botón; la plataforma empezó a bajar.
Justo cuando tenía los ojos a la altura del alfeizar, la vio salir del baño. Ella se desprendió de la toalla en el mismo instante en que su figura se le confundió con los ladrillos de la fachada.
Una oportunidad desaprovechada.
Siguiente parada, tercera planta.
Esta vez eran dos tipos. Los podía ver a través de las cortinas. Tenían la ventana abierta. Comenzó a limpiar la parte inferior del cristal.
«Yo la he mantenido todos estos años. Ahora te toca a ti.»
Discutían ¿por una mujer? A la que ninguno de ellos quería, imaginó.
«Te la quedaste porque pensaste que de esa manera la abuela te lo dejaría todo a ti.»
¿Era por una mujer? No. Por un animal, elucubró. ¿Un perro, un caballo?
«Pero no sabías que se lo dejaría todo a ella. Lo que me extraña es que ahora aparezcas así de repente y la traigas contigo para que me la quede yo.»
«¿Sabes lo asqueroso que es vivir en casa con una serpiente? Haz el favor de meterla en la jaula, antes de que se escape por la ventana.»
Una… una… serpiente… libre.
Él no había dado al botón, juraría no haberlo hecho. Debía de haber sido su yo más cobarde. El caso es que estaba en la segunda planta. Tendría que volver a darle un repaso a la tercera. «Ni de coña como no cierren la ventana.»
Centró la mirada en el interior. ¡Eso sí que era suerte! La rubita de las mañanas. ¡Y él que pensaba que no volvería a verla después de que la cambiaran de turno!
¡Ummm, ese hacer de camas! ¡Ohhh, ese inclinarse hacia adelante! ¡Ese movimiento!
«Coge el aspirador, ¡guapa!, que vea bien cómo se te marca el trasero en el uniforme!»
Pero la chica en vez del aspirador había cogido el cubo de la fregona.
«¡Mierda! Ahora se meterá en el cuarto de baño y se me acabará el espectáculo.»
«No, no, mira hacia aquí, sé que me has visto. Venga, preciosa, acércate más.»
La ventana se abrió y la rubita se asomó con decisión. Sus ojos, su nariz y sus labios junto a los suyos. Un solo movimiento y podría comerle la boca.
Y él que pensaba que era un mal día.
—¿Qué limpiando los cristales? —preguntó ella.
Sacó su voz más chulesca.
—Otra cosa te lavaba yo a ti, ¡guapa!
—Mira ya tenemos una cosa en común.
Le vació el cubo por la cabeza.
El agua tenía color gris, color tormenta, color mierda.
Desde luego, aquel no era su mejor día.