Finales felices ¿sí o no?
Ayer, después de leer uno de mis microrrelatos (que está entre los finalistas del certamen de relatos breves de RENFE), una de mis compañeras comentó que tenía final feliz. El comentario de otra de ellas me dejó perpleja: “Eso es muy americano”, dijo.
¿Es cierto? Nunca lo había visto de ese modo. ¿La felicidad es potestad de los que viven al otro lado del charco? Así que, aquí me tenéis, desde ayer buscando ejemplos de libros y de películas europeos con final feliz. Me paré en el momento en el que recordé la novela “Juntos, nada más” de la francesa Anna Gavalda. Un libro ágil, emotivo, delicioso y con final feliz.
Recuerdo que cuando lo terminé de leer, pensé: “Ese es el libro que quisiera haber escrito yo”.
Ya me contaréis vosotros si tenéis respuesta a la pregunta anterior porque yo no he podido llegar a ninguna conclusión válida. Me gustaría pensar que no, que los europeos no hemos perdido la capacidad de ver el vaso medio lleno y que no nos dejamos arrastrar en todo momento por la cruel realidad. Quiero creer que en realidad sólo es miedo, sí miedo, miedo de que a uno le tachen de ñoño, de simple, de cursi, de débil, de mostrar su cara más amable, en definitiva, de poco profundo, y por eso la preeminencia de -vamos a dejarlo en esto- la falta de optimismo en nuestra literatura y en nuestro cine.
Y yo a esa gente le llamo snobs. Lo prefiero a tristes.
Bueno, pues eso, que es viernes.